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  • Foto del escritorCarolina Contreras

Buscando autenticidad.

Me enamora la risa de los niños, pues cuando ríen hay inocencia en ellos, disfrutan simple y plenamente del placer de estar. Me enamora la psicoterapia, pues veo en ella un intento honesto de permitirle a esa inocencia retomar su cuerpo. Me enamoran mis pacientes cuando se liberan de la culpa, respiran profundo y disfrutan con su inocencia. Y me enamoran simplemente porque me reflejan mi propia inocencia.

La mayoría de las veces, los padres en su afán de “formar” a sus hijos, de adaptarlos a la sociedad, coartan sin darse cuenta su esencia, comienzan a moldarlos a un prototipo burdo, como si fueran fabricados en serie. Al ser coartada nuestra autenticidad desde tan breve edad y por personas tan fundamentales en nuestra existencia, recuperarla se vuelve un trabajo maratónico.

El terapeuta es la mayoría de las veces una proyección de los padres, por lo tanto su labor es mostrarle al paciente que puede ser él, auténtico, sin máscaras, pues sólo así podrá vivir en verdad, sólo así será capaz de elegir desde su ser, lo que quiera.

La autenticidad es para mí equivalente a la libertad consciente.

Como terapeuta me comprometo a aceptar a cada persona cuando sea auténtica, y a evidenciarle cuando lleve una máscara, siendo consciente y empática, pues después de haber tirado varias capas de falsedad, sé en propia piel de duele el proceso, que es difícil, y que a menudo (por no decir siempre) viene acompañado del miedo al rechazo, al dolor y al desamor, sin embargo el sabor de vivir auténticamente, aunque a momentos, es tan placentero, que busco la manera de que estando en el lugar terapéutico, cada uno se sienta a salvo y aceptado por mí, en primera instancia, sin necesidad de cumplir expectativas, siendo simple y auténticamente él.

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